La optografía es una disciplina dedicada a desvelar aquellas
últimas imágenes que registramos, las cuales aparentemente quedan impresas en
nuestra retina. Popularmente se apunta a Wilhelm Friedrich Kühne como el
precursor pues en 1881, tras dar muerte a una rana en su laboratorio y examinar
sus ojos logró distinguir la figura, impresa en su retina, de unos mecheros,
curiosamente lo último que habría registrado el animal. Casi un siglo después,
el fotógrafo británico M. Warner capturó la imagen de un becerro pocas horas
después de haber sido muerto en el matadero. Mientras analizaba la fotografía
resultante, notó que en los ojos del animal se mostraba el reflejo de un suelo
de concreto, por cierto la última superficie que este había registrado
visualmente.
Si bien desde una perspectiva científica el destino práctico
de esta disciplina apunta hacia su utilidad para la medicina forense, más allá
de sus posibles usos prácticos, la optografía presume una esencia notablemente
lírica –de daguerrotípica estética–. Y es que no sólo el simple fenómeno puede
detonar un increíble flujo de especulaciones imaginarias y coqueteos poéticos;
también podrían estas imágenes convertirse en una especie de souvenir de culto
o reliquia sentimental, ante la posibilidad de archivar físicamente la última
imagen de un ser querido –en sintonía con las prácticas victorianas que
incluían fotografías familiares con integrantes ya muertos que eran
incorporados, simulando su vigencia biológica, para que la muerte no los dejase
"fuera de la foto".
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